Ese último momento
Para transitar algunos dolores, para poder abrirnos ellos hay que animarse a perdonar. Perdonar es soltar la culpa, dejarla ir. La culpa es una ancla que nos detiene. Al perdonar, al soltar la culpa, nos nosotros. Nos permitimos avanzar.
Castigarnos una y otra vez por algo que no podemos cambiar nos detiene en el tiempo.
Hay que salirse de la huella, de esos pasos que nos llevan una y otra vez al mismo camino.
Perdonar, perdonarse, es crecer.
Hay que animarse a avanzar, a no repetir las mismas respuestas en los mismos problemas. Nos cuesta perdonarnos y eso nos destina a quedarnos congelados en el error que cometimos. No nos perdonamos por la culpa de existir… Hay deseos muertos que nos atan atan. Nos detienen en el camino.
Perdonar, es reconstruir desde las ruinas, es cerrar la puerta de las ruinas definitivamente y dejar que el tren avance hacia un nuevo camino, es afirmar la propia identidad. Consiste en superar nuestros miedos y luchar con y contra ellos. En definitiva, es luchar contra nuestros demonios.
Perdonarse, es reencontrarse con uno mismo, es soltar todo aquello que nos tiene detenidos en el tiempo y finalmente poder avanzar.
Cambiar lo que pasó es imposible.
Perdonarse es soltar la culpa de existir.
Hay deseos muertos muertos que nos atan, nos detienen en el camino. Están los otros, los que nos empujan, los que nos abren el camino, como hemos comentado los deseos muertos solo quieren cambiar lo imposible, nos hacen girar la vista hacia atrás , niegan el perdón y la posibilidad de perdonarnos.
Perdonar nos anima a ser otros, a ser los que ya no éramos entonces, es superar aquello que nos atormentaba, afrontar nuestros miedos y batallar contra nuestros demonios, es hacer las paces con nosotros mismos.
Perdonar, una vez más es soltar aquello que nos tenía paralizados en el tiempo de nuestra vida y al fin ver el camino para poder avanzar.
Como decía Lewis C. Smedes: “Perdonar es liberarse como prisionero y descubrir que el prisionero eras tu mismo…”