CUANDO ME PREOCUPO POR PREOCUPARME
Los seres humanos nos diferenciamos principalmente de otros seres vivos por nuestro uso de la razón. Hacemos uso de la razón, como base de elaboración y procesamiento de toda la información
de lugar y forma a nuestros pensamientos.
El procesamiento de la información, provocará en nosotros un tipo de respuesta. La mayoría de ellas decanalizadas en forma de conducta.
Con frecuencia los pensamientos que creamos (cogniciones), por diferentes causas, pueden verse poco adaptativos a la realidad. Provocando en nosotros que un pensamiento o acción que a priori debería ser normal, pero se convierta en desadaptativa. Patológica. Provocando en nosotros un profundo malestar y una incapacidad de funcionar normalmente en nuestra vida diaria.
La preocupación
¿QUÉ SIGNIFICA PREOCUPARSE?
El verbo preocuparse proviene del latín “preocupare”, formado por un prefijo “pre” y un lexema “ocupare”, es decir: estado previo a una acción. Provocando un estado de tener un espíritu absorto por una inquietud, temor o desasosiego.
La preocupación suele afectar básicamente a tres áreas:
1- Área cognitiva o psicológica: temor, espera de un peligro, sentimientos pesimistas, preocupación por hechos futuros, llegando a afectar a la atención, memoria y concentración.
2- Área conductual, motora y relacional: Irritabilidad, ansiedad, tensión en las relaciones familiares y ambientales.
3- Área fisiológica o somática: Hiperactivación vegetativa.
Estas áreas pueden verse alteradas cuando nuestra preocupación es muy elevada o al mismo tiempo cuando nuestras preocupaciones forman parte de un pensamiento diario recurrente. Provocando un aumento excesivo y mantenido del estrés, llegando a producir lo que se denomina: “Estrés Tóxico”: donde el cortisol se mantiene elevado en el tiempo y provoca una fisura en la persona, ya que según múltiples estudios, y tal y como menciona Marian Rojas Estapé en su libro “Como hacer que te pasen cosas buenas”:
“El estrés tóxico son situaciones de la vida donde uno activa el estado de alerta- real o imaginario- de manera crónica. Puede ser por algo grave y muy estresante – un abuso, un maltrato, bullying, abandono…-o menos grave, pero que se mantiene durante semanas, meses o años. Ese trauma provoca una fisura en el ser humano porque supera los mecanismos de alerta y recuperación.”
¿CUÁNDO NUESTRA PREOCUPACIÓN SE VUELVE PATOLÓGICA?
Como psicóloga, quizás, debería trazar en este artículo aquello que debe considerarse un problema y aquello que no lo es, pero creo que no sería una acción muy profesional.
Como he mencionado en otros artículos, las líneas en psicología muchas veces son difusas y esta vez, si hago una generalización a “ciegas” así lo considero.
Creo firmemente que el punto de inflexión no siempre está en el tipo de problema, sino en cómo lo procesamos en nuestra mente. Cada persona es diferente, con sus propias características, recursos y experiencias vividas. Todos llevamos nuestra mochila personal. Considero que una persona definirá algún acontecimiento como problemático en función de sus propios estándares.
Así que no pretendo definir cuando un problema es motivo de preocupación y cuando no lo es. Lo que sí es importante, es hacer hincapié, en saber diferenciar cuando nos ocupamos para
no preocuparnos y resolver aquello que nos preocupa, o, por el contrario, cuando nuestras preocupaciones se transforman en nuestra ocupación dominante: me preocupo por estar preocupado.
Cuando yo me preocupo por estar preocupado ante situaciones de bajo índole de probabilidad, entonces es cuando cruzamos la línea difusa y los psicólogos hablamos de preocupación patológica.
¿SUFRO PREOCUPACIÓN PATOLÓGICA?
Cuando hablamos de Preocupación Patológica entendemos que nuestra visualización para procesar el acontecimiento adverso ya no se centra en cómo solucionarlo, sino en que casi todo aquello que nos rodea tiene un índice de preocupación, aunque la probabilidad de que ocurra sea muy poco escasa.
El propio acto de preocuparse, se percibe como una preocupación. Provocando, que las tres áreas de las que hablábamos anteriormente, se desequilibren poniendo nuestro sistema en un estado de hipervigilancia. No solamente, en momentos concretos, sino inconscientemente, como citábamos antes, provocando que nuestro cuerpo se mantenga en un estado de alerta crónica afectando gravemente toda nuestra vida diaria y bienestar.
Ante estos fuertes niveles de preocupación, nuestra ansiedad también se eleva (aumentado los niveles de cortisol y bajando los niveles de seratonina), ya que estamos en un estado de alerta ante cualquier situación, con lo cual podríamos establecer que la preocupación patológica en un 95% de los casos está fuertemente asociada con un estado de ansiedad generalizada.
SINTOMATOLOGÍA DE LA PREOCUPACIÓN PATOLÓGICA
La sintomatología de la preocupación patológica está estrechamente ligada a la de la ansiedad:
1- Pensamientos recurrentes acompañados por pensamientos contrafactuales:
Entendiendo por pensamientos contrafactuales los atribuibles a una situación que no ha ocurrido en el tiempo, pero en nuestra mente, se genera el esquema mental de: ¿y si hubiera ocurrido? O ¿y si ocurriera? Este tipo de pensamiento puede generar una fuerte sensación de ansiedad, sobre todo ante ocurrencias negativas o de muy baja probabilidad.
2- Sueños recurrentes sobre nuestras preocupaciones.
3- Estado de hipervigilancia, actuando como si en cualquier momento lo que nos preocupa vaya a suceder.
4- Evitación de situaciones o personas que generen preocupación.
5- Angustia intensa debido al pensamiento repetitivo.
6- Reactividad fisiológica como exceso de sudoración, taquicardia, dolor muscular, fatiga, etc.
La sintomatología puede ser muy variada a pesar de haber unos rasgos comunes que diferencian un estado normal de preocupación al de una patología.
Lo que es realmente importante, y espero poder transmitíroslo en este artículo, es la importancia de dedicarnos tiempo a escucharnos a nosotros mismos: a nuestro cuerpo, a nuestros pensamientos. Es fundamental, desarrollar nuestra capacidad de “Insight” (conocimiento propio), ya que el conocimiento es la base para poder actuar y al mismo tiempo prevenir e intervenir a tiempo en cualquier campo disciplinar de la salud.
Como dijo sabiamente Lao-Tsé:
“Diez gramos de prevención equivalen a un kilogramo de curación“